La Superintendencia de Servicios Financieros del Banco Central del Uruguay (BCU) otorgó el primer permiso de funcionamiento a una plataforma de crowdfunding en el país.
Se trata de Crowder, un emprendimiento tecnológico creado por cuatro uruguayos que comenzó hace dos años y que, desde el pasado jueves 4 de enero, se convirtió en la primera plataforma de crowdfunding de Uruguay, luego de que el BCU aprobara la habilitación correspondiente.
En ese sentido, la resolución del Banco Central autorizó a Crowder Plataforma de Financiamiento Colectivo a “funcionar como empresa administradora de plataformas de financiamiento colectivo”. La entidad también informó que la inscribiría en el Registro del Mercado de Valores.
La compañía, fundada por Nicolás Fornasari, Guillermo Rodríguez, Nicolás Rodríguez y Rodrigo Álvarez, celebró la decisión en su perfil de LinkedIn.
“Hace dos años soñábamos con revolucionar las inversiones personales, democratizar el mercado de capitales y facilitar el acceso al financiamiento por parte de miles de empresas y startups”, expresaron los emprendedores a través del perfil oficial de la empresa, y aseguraron que “para ello debíamos lograr ser los primeros en desarrollar una plataforma de financiamiento colectivo regulada y autorizada”.
“Que comience el juego, ya casi estamos listos para operar”, adelantaron, luego de anunciar la buena noticia.
El crowdfunding o financiamiento colectivo, tal y como su nombre lo indica, es una modalidad de financiación basada en el aporte comunitario y sin intermediarios financieros como pueden serlo los bancos, por ejemplo.
El funcionamiento de estas plataformas se rige, mayormente, a partir de integrantes de una red que colaboran en función de un objetivo: conseguir determinado monto de dinero para financiar proyectos o recursos para la elaboración de los mismos. Su lógica operativa se basa en la “idea de que existen personas con dinero que quieren apoyar las ideas de los demás”; y está basada en las prácticas del mecenazgo artístico —por lo que también es llamado micromecenazgo.
En definitiva, se trata de una unión masiva de inversores de proyectos que financian con ínfimos aportes a cambio de una recompensa relacionada con el proyecto —o por motivos altruistas—; y tiene un riesgo de inversión bajo.
La Superintendencia de Servicios Financieros del Banco Central del Uruguay (BCU) otorgó el primer permiso de funcionamiento a una plataforma de crowdfunding en el país.
Se trata de Crowder, un emprendimiento tecnológico creado por cuatro uruguayos que comenzó hace dos años y que, desde el pasado jueves 4 de enero, se convirtió en la primera plataforma de crowdfunding de Uruguay, luego de que el BCU aprobara la habilitación correspondiente.
En ese sentido, la resolución del Banco Central autorizó a Crowder Plataforma de Financiamiento Colectivo a “funcionar como empresa administradora de plataformas de financiamiento colectivo”. La entidad también informó que la inscribiría en el Registro del Mercado de Valores.
La compañía, fundada por Nicolás Fornasari, Guillermo Rodríguez, Nicolás Rodríguez y Rodrigo Álvarez, celebró la decisión en su perfil de LinkedIn.
“Hace dos años soñábamos con revolucionar las inversiones personales, democratizar el mercado de capitales y facilitar el acceso al financiamiento por parte de miles de empresas y startups”, expresaron los emprendedores a través del perfil oficial de la empresa, y aseguraron que “para ello debíamos lograr ser los primeros en desarrollar una plataforma de financiamiento colectivo regulada y autorizada”.
“Que comience el juego, ya casi estamos listos para operar”, adelantaron, luego de anunciar la buena noticia.
El crowdfunding o financiamiento colectivo, tal y como su nombre lo indica, es una modalidad de financiación basada en el aporte comunitario y sin intermediarios financieros como pueden serlo los bancos, por ejemplo.
El funcionamiento de estas plataformas se rige, mayormente, a partir de integrantes de una red que colaboran en función de un objetivo: conseguir determinado monto de dinero para financiar proyectos o recursos para la elaboración de los mismos. Su lógica operativa se basa en la “idea de que existen personas con dinero que quieren apoyar las ideas de los demás”; y está basada en las prácticas del mecenazgo artístico —por lo que también es llamado micromecenazgo.
En definitiva, se trata de una unión masiva de inversores de proyectos que financian con ínfimos aportes a cambio de una recompensa relacionada con el proyecto —o por motivos altruistas—; y tiene un riesgo de inversión bajo.